Con demasiada frecuencia calificamos de novedad una tendencia sin caer en la cuenta que lo que propone dicha tendencia ya estuvo de moda en su momento. Algo parecido a eso es lo que sucede cuando hablamos de los perfumes unisex. Acostumbrados culturalmente a la diferenciación entre los perfumes femeninos y los perfumes masculinos, los perfumes unisex nos parecen algo novedoso y revolucionario, un descubrimiento que ha llegado a lomos de la evolución y la modernidad. Pero no es así. De hecho, si repasamos la historia de la Perfumería podemos descubrir cómo, en los albores de las misma, hombre y mujer se perfumaban con el mismo tipo de esencias. Para los hombres y mujeres de aquellos tiempos, los perfumes no eran sino efluvios perfumados desligados de género alguno.

Cada una de las culturas de la Antigüedad poseía sus esencias preferidas. Los árabes, por ejemplo, sentían especial predilección por las rosas. Los hindúes hicieron del sándalo, las maderas y otras plantas aromáticas el centro de su arte perfumista. Los romanos utilizaban flores, resinas, especias y maderas. Ninguna de estas culturas diferenciaba, a nivel aromático, entre los productos destinados al hombre y los destinados a la mujer y todos ellos elaboraban sus fragancias sirviéndose de las especies autóctonas y de aquellas otras que, gracias a las conquistas o al comercio, les llegaban de otras tierras.

No fue hasta bien avanzado el siglo XVIII que los perfumistas empezaron a diferenciar entre los perfumes creados para el hombre y los creados para la mujer. Si hasta entonces el perfume había servido, por regla general, para camuflar el mal olor, es en el mencionado siglo cuando el perfume comienza a perseguir una función estética. En el siglo XVIII los perfumes femeninos intentan ser ya sinónimo de belleza y delicadeza y los masculinos, de fuerza y virilidad.

Durante el mencionado siglo, si hay un lugar en el que el perfume y su elaboración adquieren una importancia capital (y así habría de seguir siendo en los siglos venideros) ese lugar es París. Sin ir más lejos, a Versalles se la conoce con el sobrenombre de la corte perfumada durante el reinado de Luis XV y los perfumistas empiezan a adquirir renombre.

Es en esta época donde podemos fijar el nacimiento de las dos primeras familias olfativas, la floral y la fougère. La primera nacía como una familia esencialmente femenina. La segunda, por su parte, es considerada la primera familia olfativa masculina de la historia de la Perfumería. En cierto modo, una y otra familia recogen aromas que identifican la forma de vida de las mujeres y hombres de la alta sociedad de la época. En el caso de las mujeres, sus perfumes intentan recoger el aroma de los jardines de los que viven rodeadas. En el de los hombres, el aroma de sus perfumes es un aroma que recuerda al bosque, a la madera, al musgo, a las plantas aromáticas, a la tierra húmeda… Ésos son los aromas del paisaje al que el hombre de la época acude a cazar.

Con el tiempo fueron apareciendo nuevas familias olfativas. Algunas de ellas seguían y seguirían atadas por mucho tiempo al concepto de lo unisex. Es ése el caso de las aguas de colonia con olor a cítricos. Frescas, alegres y refrescantes, han sido siempre la base de las aguas de cologne y eau fresh.

El aroma a cuero fue identificado rápidamente como un olor masculino. La primera fragancia con aroma a cuero elaborada en la historia fue una fragancia que aún hoy continúa vendiéndose: la Royal English Leather. Elaborada en 1781 para el rey Jorge III de Inglaterra por Creed, este perfume fue un símbolo de masculinidad.

Especias en los perfumes masculinos

Las especias, por su parte, y a las que se las ha otorgado siempre propiedades estimulantes y símbolo de sensualidad, han sido consideradas ingredientes típicos de los perfumes femeninos. Su inclusión en perfumes masculinos supuso una pequeña revolución en la historia de la Perfumería. Chanel las incluyó en Egoïste, un perfume masculino que posee, entre otras, notas especiadas de cilantro, canela, sándalo y vainilla; e Yves Saint Laurent les dio un protagonismo especial en Opium incluyendo en su formulación anís estrellado, pimienta y vainilla.

Esa puerta abierta a la inclusión de esencias tradicionalmente femeninas a las fragancias masculinas no sólo supone, en cierto modo, un retorno a aquellos orígenes de la historia de la Perfumería en los que hombres y mujeres se perfumaban con las mismas esencias. También implica la puerta de entrada a un tiempo en el que los perfumistas que crean fragancias masculinas juegan con conceptos que tradicionalmente se habían considerado opuestos y que ahora dan lugar a composiciones muy ricas y atractivas. Así, una fragancia masculina puede, hoy en día, combinar conceptos de frío y calor, de madera y especias, de dulce y picante y de frío y calor.

Dentro de esta nueva tendencia perfumista basada en elaborar perfumes masculinos con notas aromáticas que tradicionalmente se han asociado a los perfumes femeninos podemos encontrar auténticas joyas como las siguientes:

  • CK Shok, de Calvin Klein. Este perfume masculino con toques femeninos posee, entre otras, pinceladas de cardamomo, pimienta, pachulí y madera de cachemira.
  • 212 VIP MEN, de Carolina Herrera. Esta fragancia incluye notas de pimienta.
  • 7 Loewe Men. Al igual que en el caso anterior, la pimienta tiene una presencia importante en este perfume.
  • L.12.12 Red Men . Exuberante y fantasioso, este perfume masculino de la marca Lacoste incluye en su formulación toques aromáticos tradicionalmente femeninos como pueden ser el cardamomo, la pimienta o el jengibre, al igual que otros más tradicionalmente masculinos como pueden ser la madera de acacia y benjuí.