La historia de la perfumería no habría sido la misma sin la aportación insustituible de la cultura islámica. En la inmensa mayoría del mundo islámico medieval, tanto en Oriente Medio como en Arabia, el perfume tenía una presencia cotidiana, bien fuera para perfumar los cuerpos, bien para perfumar y refrescar ambientes y estancias.

El concepto de perfume está muy arraigado a las sociedades islámicas. El mismo Corán habla del Paraíso como un lugar perfumado lleno de ríos caudalosos, árboles y jardines perfumados. De hecho, hasta las mismas huríes que recibían a los mártires en el Paraíso prometido estaban hechas, en parte, de puro almizcle. Los creyentes musulmanes, para recrear esos jardines perfumados del Paraíso, han esparcido desde siempre en las mezquitas sustancias aromáticas diversas.

En ningún lugar se hizo tan patente el contraste entre el uso que las culturas islámica y cristiana daban al perfume como en la Península Ibérica. En Al-Andalus, y al contrario de lo que hacían sus vecinos cristianos del norte, los andalusíes no sólo perfumaban su piel. Siguiendo la tradición islámica, también perfumaban los diferentes ambientes de la casa.

La cultura perfumista de Al-Andalus estaba tan desarrollada en aquellos tiempos que los diferentes aromas se clasificaban y seleccionaban para ser utilizados en diferentes épocas del año. Así, los de jazmín, algalia o menta eran los perfumes propios de la primavera; los de mirto, rosa y los extraídos de los cítricos, los del verano; la albahaca era muy utilizada en otoño; y el clavo, la canela o el ámbar eran, por su parte, las fragancias elegidas por los andalusís para aromatizar sus estancias en invierno.

La sofisticación andalusí llegaba a tal punto en cuestión de perfumes que, incluso, las familias más acomodadas llegaban a contratar a un perfumista para que éste diseñara un perfume exclusivo para ellas. Los mejores perfumistas de Al-Andalus tenían su residencia en Granada o Sevilla. Lejos aún los años en los que Francia se convirtió en la patria de la elaboración de perfumes, los maestros perfumistas de Al-Andalus competían con los grandes perfumistas de Damasco o Bagdad. Era en estas ciudades donde se hallaban los centros tradicionales del perfume de Oriente Medio y fueron ellas y sus perfumistas las que determinaron la tradición perfumista que siguieron los maestros artesanos de Al-Andalus para realizar sus creaciones.

Algunas de esas creaciones, las más exquisitas, tuvieron el honor de encontrar un hueco en la duwayra. La duwayra era una sala de La Alhambra en la que se conservaban los mejores y más exquisitos perfumes de Al-Andalus. En la actualidad, en el museo de la Alhambra se pueden contemplar ampollas de vidrio que se utilizaban, en tiempos de Al-Andalus, para guardar aceites vegetales aromatizados, aceites esenciales, aguas florales, ungüentos y perfumes.

Baños y masajes

Una de las máximas preocupaciones de Al-Andalus era la higiene. En Al-Andalus, al contrario de lo que sucedía en los reinos cristianos que combatían contra él para hacerse con el control sobre los territorios de la Península Ibérica, la higiene corporal adquiría una importancia fundamental. Por eso los baños andalusís o hammams se convirtieron en grandes centros del cuidado estético e higiénico. Se dice que en tiempos del Califato de Córdoba, la capital del mismo, que tenía una población que oscilaba entre los 150.000 y los 200.000 habitantes, contaba con más de 500 baños públicos.

En los hammams andalusís se utilizaban jabones perfumados y se realizaban una amplia variedad de tratamientos estéticos. En los baños de Al-Andalus se realizaban también masajes. Realizados con aceites vegetales a los que se añadían aceites esenciales extraídos mediante el uso del alambique (la palabra alambique deriva de la palabra árabe “al.inbiq”), dichos masajes servían no sólo para relajar el cuerpo. También servían para perfumarlo. Las flores que utilizaban los maestros perfumistas de Al-Andalus para obtener los aceites esenciales eran recogidas por mujeres y niños, especialmente durante el mes de junio. Era en ese mes cuando se recolectaban el malvavisco y el tomillo.

A la cultura islámica debemos también la introducción del alcohol en el mundo de la perfumería. Fue exactamente a partir del siglo XIV cuando Al-Andalus empezó a utilizar el alcohol para esparcir las fragancias en el ambiente y para conseguir que nuestro perfume pueda ser captado por las personas que estén alrededor nuestro.

Una de las características principales de los perfumes islámicos en general y de los perfumes de Al-Andalus en particular fue la tendencia a elaborar perfumes intensos y fuertes a partir del uso de componentes como el almizcle, la algabia o el ámbar. Junto a estas materias aromáticas, los perfumistas de Al-Andalus se hacían traer de Oriente para elaborar sus perfumes áloe indio, incienso o sándalo. De entre las flores, los perfumistas de Al-Andalus prestaban especial atención a la rosa y, en especial, a la rosa de flor doble en sus dos variedades, la roja y la blanca. La rosa de hoja simple, por su parte, era también, junto a la violeta, muy valorada.

La caída del reino de Granada en 1492 provocó que la mayor parte de los perfumistas de Al-Andalus huyeran al norte de África y a Oriente Medio. Algunos de aquellos perfumistas empezaron a trabajar para los nuevos gobernantes cristianos. Los perfumes que ellos elaboraban servían a los nuevos gobernantes para camuflar un olor corporal no siempre agradable.