Como en tantas otras facetas de su cultura, la cosmética de la Antigua Roma es heredera directa de la cosmética griega. Como aquélla, la cosmética romana podría ser considerada un antecedente directo de lo que hoy entendemos como cosmética natural.

La cosmética romana se fundamentaba en dos componentes esenciales: la leche y el masaje. Éste acostumbraba a ser una rutina diaria. De hecho, la mujer romana dedicaba un tiempo bastante importante a su aseo diario. Brazos, axilas, piernas y labio superior eran depilados (la ceniza caliente de cáscara de nuez era algo utilizado por hombres y mujeres con ese fin) y los dientes se pulían y emblanquecían con polvo de asta.

Otros de los sistemas utilizados como dentífricos por los romanos y romanas eran la harina de cebada con sal y miel o el jugo de calabaza adobado con vinagre caliente. Para abrillantarlos, también se empleaban las hojas de laurel o las raíces de anémonas. Masticar estos productos naturales debía servir no sólo para abrillantar la dentadura. También servía para robustecer los dientes.

Piel blanca

La mujer romana heredó de la mujer griega su preocupación por conseguir y mantener una piel blanquecina. Ovidio, autor de Ars Amandi y que recogió en esta obra clásica diversos consejos para el cuidado y adorno del rostro, recalcó la importancia de mantener esa blancura en el rostro de la mujer. Para conseguirlo, la mujer tenía que emplear polvos o cremas. Los arqueólogos encontraron en Londres un bote de estaño romano, del siglo II, en el que se encontró una crema blanquecina y granulosa que, sin duda, fue utilizada como maquillaje.

La crema encontrada en Londres estaba compuesta por tres componentes: lanolina de lana de oveja sin desengrasar, óxido de estaño y almidón. El óxido de estaño era el material llamado a sustituir al acetato de plomo (un producto bastante tóxico) como ingrediente blanqueador de la piel; la función suavizadora de la piel la ejercía el almidón y la lanolina servía de base para la mezcla.

Otros de los cosméticos empleados para blanquear la piel por las mujeres de la Antigua Roma era una mezcla de vinagre, miel y aceite de oliva. Esta mezcla, al igual que el uso de cataplasmas realizadas con raíces secas de melón o de compuestos en los que, en mayor o menor grado, intervenían la cera de abeja, el aceite de oliva, la raíz del lirio, el huevo, las setas, las amapolas, el eneldo o el pepino, era uno de los compuestos preferidos por la mujer romana para conseguir ese efecto aclarador de la piel de su rostro tan perseguido.

Que se persiguiera el tono general blanco de la piel no quiere decir que no se valorase positivamente algún tipo de colorete facial. Colorear los pómulos con un tono rojo, muy vivo, permitía dar apariencia de salud. La alheña, el cinabrio o las tierras rojas servían para ello. También el jugo de mora o los posos de vino, utilizados por las clases menos pudientes.

Marcar los labios con un carmín muy vivo era otra de las costumbres cosméticas de las mujeres romanas. Frutas podridas, minio y ocre procedente de líquenes o de moluscos eran los componentes preferidos usados por las mujeres romanas con la finalidad de enrojecer sus labios.

Para colorear los párpados, por su parte, se utilizaba ceniza o zurita según se deseara un coloreado negro o azul. También, y por influencia egipcia, se utilizaban sombras de ojos verdes elaboradas a base de polvo de malaquita.

Otros de los usos habituales de la cosmética en la Antigua Roma era el de perfilar los ojos con pequeños instrumentos recubiertos de marfil, hueso, vidrio o madera. Estos instrumentos, sumergidos en aceite o agua, servían para perfilar los ojos con galena, hollín o polvo de antimonio.

En la Antigua Roma se consideraba signo de belleza femenina el tener las cejas unidas. Para ellos, Frida Kahlo hubiera sido una top model sin competencia alguna. Para acercarse a ese ideal de belleza, las mujeres de la Antigua Roma recurrían a un recurso tan sorprendente como repulsivo: rellenar ese espacio entre las cejas con moscas secas machacadas.

Cremas antiarrugas

Intentar retrasar al máximo la aparición de arrugas en la piel era otra de las obsesiones cosméticas de la mujer romana. Para camuflar las pequeñas arrugas que tarde o temprano y prácticamente de manera irremediable aparecen en la piel utilizaban un compuesto disimulador realizado con polvo de harina y conchas de caracoles trituradas. Una mezcla de arroz y harina de habas era también un producto muy utilizado para luchar contra las arrugas.

Para hidratar y cuidar la piel las mujeres romanas empleaban también un sistema que ya utilizaron las reinas egipcias: el baño de leche. Popea, esposa del emperador Nerón, se bañaba en leche de burra y utilizaba una mascarilla facial compuesta por una mezcla de dicho líquido y una pasta que debía servir para reforzar el efecto beneficioso de la leche.

Las mujeres de la Antigua Roma utilizaban también una mascarilla anti-manchas compuesta por hinojo, mirra perfumada, sal gema, incienso, pétalos de rosa y jugo de cebada; y un compuesto de altramuces, trigo, cebada, harina de yero y nabo silvestre para alisar la piel.

Todos estos cosméticos podían encontrarse en los mercados de la Antigua Roma. Pequeños recipientes de terracota, vasos de vidrio u otro tipo de recipientes servían para guardar los cosméticos líquidos. Los más espesos, por su parte, eran guardados y vendidos en pequeños cofres de madera. Estos cofres iban acompañados de pequeños instrumentos destinados a la aplicación del masaje y que podían ser espátulas, lápices, bastoncillos, pinceles o incluso pequeñas conchas destinadas a mezclar los cosméticos.